En estos tiempos que corren se
habla mucho de fronteras, de límites, de muros... La retórica acalorada de
políticos y demás agentes sociales alcanza unos niveles de apasionamiento que
fuerza a todos los oyentes a posicionarse en uno de los dos extremos opuestos
que se presentan como las dos opciones posibles. No ser de extrema izquierda
significa que eres de extrema derecha, no estar apasionadamente a favor de algo
significa que estás apasionadamente en contra. Todo es o blanco o negro. Entre
el blanco y el negro: un muro. Es como si el mundo entero sufriera de una
rara suerte de trastorno bipolar; nuestros problemas son tan extremos que solo
se solucionan como yo diga y tú te callas. Sin embargo, el sentido común
dicta que, ante los mayores desafíos es cuando hay que estar más unidos, hay
que escuchar más, hay que moderar el discurso, hay que buscar la zona gris por
encima de la blanca o la negra o, si me permiten la licencia poética, la zona
de los colores.
Ese fenómeno tan polarizado ha
alcanzado al mundo de la educación, y una de las facciones implicadas clama,
más que nunca, muros tan dañinos como los que algunos sueñan enclavar entre
países. Como consultor de DUA, y tras casi dos décadas de docencia, soy de los
que creen en la inclusión, en la adopción de pedagogías que lleguen a
involucrar a todo tipo de estudiantes de manera que todos puedan desarrollar su
potencialidad, pero soy muy consciente también de que no todo el mundo tiene la
capacidad intelectual de ser un doctor en astrofísica, y de que no se le puede
hacer creer a los padres de niños con discapacidades serias que sus hijos
pueden llegar increíblemente lejos académicamente sin apenas esfuerzo añadido,
simplemente con adaptar mínimamente la pedagogía y el currículum de sus clases.
Para cambiar el estado de las cosas, necesitamos cambios de base mucho más
profundos. Prometer lo imposible puede hacer mucho daño. Y es que, admitámoslo,
es imposible que, con un profesorado al que no se le paga lo suficiente y
apenas se le da tiempo para planificar clases inclusivas, con unos presupuestos
menguantes en educación, con unas pedagogías ancladas en el siglo pasado que
tratan y evalúan a cada estudiante como si fuera un clon de sus compañeros, con
unos políticos que ponen siempre el sistema educativo como la última de sus
prioridades, un estudiante con una discapacidad llegue lejos en la vida. Lo
indican eminentes psicólogos y pedagogos cuando hablan de la discapacidad
intelectual de estudiantes con síndrome de Down para comprender contenidos
abstractos al tiempo que se quejan, y con razón, de la pobre preparación
pedagógica del profesorado de secundaria. Precisamente ahí suelen construir un
muro para los estudiantes con síndrome de Down, entre la educación media y la
secundaria, entre los conceptos concretos y los abstractos. ¡Claro que tienen
razón! Es imposible avanzar en la inclusión de estudiantes e impulsarles hacia
el éxito personal y profesional en su vida adulta si no cambiamos la educación
preparando adecuadamente a nuestros profesores, los presentes y futuros. Es
imposible que nuestros estudiantes salgan adelante cuando ya les hemos puesto
un muro, un límite, cuando ya hemos decidido dónde está la frontera entre lo
que pueden alcanzar y lo que no. Es imposible motivar a todo un sector del
alumnado cuando les decimos a ellos y a sus padres que existe un muro
infranqueable para ellos, sin que importe cuánto se esfuercen ni lo que hagamos
sus educadores al respecto.
Pero es que resulta que las cosas
no son blancas o negras ¿Por qué aceptamos el paradigma de que nuestros
profesores de secundaria tienen una “pobre preparación pedagógica”? ¿Por qué
aceptamos que le pongan un límite a un estudiante o a todo un colectivo? No
tenemos por qué; nuestra función como educadores debe ser la de derribar
barreras, no crearlas, buscar soluciones a los problemas, no problemas a las
soluciones, pero no es difícil derribar paradigmas tan arraigados. ¿Cómo
podemos superarlos? ¿Dónde encontrarles una alternativa?
El Diseño Universal para el
Aprendizaje podría ser la respuesta; admito que sueño, sueño con un mundo en el
que el DUA es la norma y no la excepción, en el que cada profesor está
sobradamente preparado (e ilusionado) para motivar a todo tipo de
estudiantes, sabe presentar los contenidos de diversas maneras atendiendo a las
diferentes capacidades y variabilidad de todo el alumnado, y da la oportunidad
de que sus estudiantes demuestren sus conocimientos más allá de pruebas de
opción múltiple o exámenes estandarizados. Sueño con un mundo en el que todo
tipo de estudiantes pueden trabajar juntos, apoyándose, desafiándose y
aprendiendo los unos de los otros, sin muros que les separen.
¿Por qué sueño? Tal vez porque
siento que todos tenemos algo que aportar, que cada ser humano guarda un tesoro
esperando a ser descubierto y compartido, o porque tengo una hija con una
discapacidad, y cada vez que alguien me ha dicho que tal o cual cosa era
imposible para ella, mi hija ha acabado demostrando lo contrario. Tal vez sea
porque lo llevo dentro casi desde que nací, cuando un catedrático en pediatría
amigo de decidir cuáles son los límites de las personas le aseguro a mis padres
que yo nunca llegaría a caminar, y que sufriría sin duda alguna discapacidad
intelectual ¿se referiría a esta obsesión por soñar?
El día que cambien nuestras
actitudes y todos los que formamos parte del mundo de la educación trabajemos
con la preparación, los recursos y los apoyos necesarios, cuando trabajemos
juntos con ilusión en este increíble acto de amor que es la enseñanza,
empeñados en el éxito de todos nuestros estudiantes, veremos entonces dónde
quedan esos muros, esos límites; no tengo duda de que esas barreras que a veces
hemos levantado con nuestras pobres prácticas y peores actitudes se moverán de
sitio y mucho o incluso, tal como sueño, se conviertan en un montón de
escombros, y que entre los escombros nazca un jardín con muchas y variadas
flores, no solo blancas y negras.
Juan Gallardo
Juan Gallardo (Almería, España
1973) es consultor de DUA con experiencia docente y de consultoría en varios
estados de Estados Unidos y Latino América. Es también divulgador pedagógico y
escritor de ficción, entre sus novelas se encuentran El Último Viaje de Tisbea,
que trata sobre los desafíos de las personas con autismo y 423 Colores, que
aborda el problema global de los refugiados.